jueves, noviembre 17, 2005

El milagro de Calanda

Dentro de la tradición popular de cualquier tipo de misterio, lo habitual es que su narración haya pasado de padres a hijos, sin ninguna otra prueba documental en que apoyarse. Lo que hace realmente curioso al milagro de Calanda es que existe además documentación que lo refrenda y que puede ser estudiada actualmente.



PRECEDENTES

Un campesino llamado Miguel Juan Pellicer tuvo un accidente con el carro, que cayó encima de una de sus piernas, aplastándola completamente. En Castellón y Valencia no pudieron hacer nada por reconstruirla, y a su vuelta, en Zaragoza donde había ido a rogar a la Virgen del Pilar, la pierna mostraba signos de gangrena por lo que tuvieron que amputarla unos dedos más abajo de la rodilla un grupo de médicos dirigidos por Juan de Estanga y Miguel Beltrán. El practicante Juan Lorenzo García enterró la pierna como era costumbre en el cementerio de dicho hospital.

Aún así, la fe de Miguel Juan Pellicer en la Virgen del Pilar no había decrecido y volvió después de salir del hospital para agradecerle no haber muerto por este episodio. Solía pedir limosna en el templo y se untaba frecuentemente el muñón con aceite de las lámparas que iluminaban a la Virgen.

Un par de años más tarde volvió a su casa en Calanda y al poco tiempo se produjo el milagro.


EL MILAGRO

El 29 de marzo de 1640, Miguel dormía tapado por una manta, mientras el resto de sus familiares estaban en una sala común. Al pasar cerca de su hijo, la madre pudo comprobar que asomaban dos piernas en lugar de una por debajo de la manta, a la vez que junto a la cama se notaba un intenso olor a flores.

La pierna, que parecía haber vuelto a crecer, era la misma que había sido cortada tiempo atrás, puesto que conservaba las cicatrices de unas mordeduras de perro y la circular producida durante la amputación.

A los cinco días, el notario Miguel Andreu levantó acta de lo sucedido y fue tal la popularidad del labriego, que hasta el rey Felipe IV besó su pierna. También la Iglesia reconoció el milagro, por medio del Arzobispo de Zaragoza, Pedro Apaolaza el 27 de abril de 1641.

Los restos de Miguel Juan Pellicer descansan en Velilla de Ebro donde fallecio repentinamente en 1647